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Psychologist Papers is a scientific-professional journal, whose purpose is to publish reviews, meta-analyzes, solutions, discoveries, guides, experiences and useful methods to address problems and issues arising in professional practice in any area of the Psychology. It is also provided as a forum for contrasting opinions and encouraging debate on controversial approaches or issues.

PSYCHOLOGIST PAPERS
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
  • Dissemination: January 2024
  • Frequency: January - May - September
  • ISSN: 0214 - 7823
  • ISSN Electronic: 1886-1415
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Papeles del Psicólogo, 1989. Vol. (41-42).




PSICOLOGÍA: PROFESIÓN Y SOCIEDAD

MANUEL BERDULLAS TERMES

Presidente de la Delegación de Madrid, artículo publicado en el diario El Independiente.

La Psicología ha recorrido largos e interesantes caminos en su intento de afirmación como disciplina independiente y en la constitución de un cuerpo de conocimientos, teorías y leyes generales que pudieran ser reconocidos como propios.

La Psicología actual reconoce su deuda a la filosofía de la mente. Ha heredado de ella la capacidad de reflexión sobre el propio discurso y su profunda sensibilidad hacia el objeto de estudio. Amplía aquélla a las Ciencias Naturales por las aportaciones metodológicas, sin cuya ayuda no hubiera sido posible tan rápida evolución.

Remontarse a los orígenes habría de comprometernos en un voluminoso análisis de las aportaciones de numerosos autores. No por ello dejaremos de recordar la obra de Aristóteles «De Anima», los escritos psicológicos de Thofnas Hobbes (1558-1679), los pensadores británicos como John Locke (1632-1704), David Hume (1711-1776) y escoceses de finales del siglo XVIII y albores del XIX a quienes los psicólogos contemporáneos asociamos con la génesis de nuestra ciencia.

Este limitado preámbulo histórico resultaría incompleto si no destacásemos las aportaciones de sir Francis Opalton, Simon Binet, Wundt, W.; Cattell, J. M., expulsado de la Universidad de Columbia (1917) por sus militantes actitudes pacifistas; Pailov I, Freud, S., cuyo 50 aniversario celebramos a lo largo de este año; Watson, J.B., Skinner, B.F. y otros de la misma significación como cimentadores de una Psicología desgajada de «métodos estrictamente racionalistas» y cuyas explicaciones del comportamiento humano se relacionaban con «principios apriorísticos», derivados de una investigación no empírica.

El desarrollo conocido por la Psicología occidental en los últimos cien años no tiene precedentes en ninguna otra ciencia y, ciertamente, no obedece a la casualidad. Este va paralelo a los cambios económicos y sociales en las grandes urbes, la explotación de numerosos ciudadanos que modifican su estatus de dependientes de la producción agropecuaria por el de asalariados de patronos y empresas que les manejan a su antojo, el desarraigo familiar, la soledad, la sobrepoblación, el hacinamiento, el deterioro ecológico y otros muchos factores anónimos que, posteriormente a la Revolución de Octubre, comienzan a preocupar a lo que hoy denominamos «capitalismo avanzado».

Conocer las motivaciones o estímulos que determinan el comportamiento humano y los mecanismos por los cuales éste puede ser modificado, extinguido y/o reconducido se convierten en una preocupación de los Gobiernos, empresas e instituciones que, paulatinamente, comienzan a considerar la posibilidad de que la reflexión y producción psicológica pueda aportar nuevos métodos en los espacios de interacción para evitar la conflictividad creciente.

En esta dialética sutil y silenciosa que suele establecerse entre ciertos sectores intelectuales y los grupos de poder, la Psicología académica ha de responder a dos retos o exigencias históricas que le son planteadas: una redefinición de su objeto de estudio y la formación de técnicos expertos en intervención comportamental y reconocimiento de las diferencias humanas.

Desde esta perspectiva, las funciones de Psicología académica y las propias de los psicólogos aplicados se hallarían mediatizadas por lo social, y definidas como una actividad cooperativo-comunitaria basada en la división del trabajo, serían, además, una inversión que si se promueve y se financia facilitaría la reducción de costos a la salud pública y otros sectores donde existan posibilidades de intervención. Este punto de vista se contrapone a la creencia de que la existencia es justificable, en sí misma y que se supone una necesidad o lujo intelectual que la sociedad puede o no apoyar, Avia, M. D. (1984).

En el segundo de los casos, difícilmente hallaría justificado el creciente número de facultades y colegios universitarios a lo largo y ancho de nuestro país en los últimos quince años y que han supuesto la licenciatura para, aproximadamente, 23.000 psicólogos y la matrícula de 43.000 alumnos en sus aulas en el curso 1988/1989. ¿Es preciso tan numeroso contingente de profesionales de esta especialidad en nuestro país. ¿Permite la masificación una formación idónea y acorde con las necesidades y demandas de nuestra sociedad?

La reflexión sobre estas dos cuestiones no permite responderlas aisladamente. Habremos de admitir que existe una enorme brecha entre la gran oferta de profesionales y la demanda socioeconómica de aquellos. Ahora bien, los psicólogos creemos que nuestra contribución a la solución de los problemas mencionados anteriormente y otros como los de planificación, racionalización e intervención en los programas educativos, salud, servicios sociales, deporte, organización, tráfico, entre otros muchos, se halla en su génesis. Sin embargo, estas aportaciones serán limitadas si la Administración no asume fa responsabilidad de abrir cauces para incrementar la calidad de la formación de este numeroso colectivo, así como la de sancionar una reglamentación legal que describa y establezca el marco de actuación de los psicólogos.

En el ámbito de la formación de posgrado y, específicamente, en el campo de la Psicología clínica, consideramos necesaria nuestra inclusión en el Sistema Nacional de Especialidades (PIR) y en el estatuto sanitario del lnsalud, de cuyas reformulaciones recientes no se nos ha permitido participar.

En educación, servicios sociales y organizaciones nos hallamos ante una situación similar: la no existencia de convenios entre las universidades y las instituciones que fomenten programas financiados que permitan el acercamiento de los nuevos licenciados y alumnos a la realidad laboral.

En cuanto al marco jurídico, consideramos urgente la aprobación de los estatuos del Colegio Oficial de Psicólogos, que como los de otras asociaciones profesionales se hallan arrinconados por la Administración desde hace siete años (entendiendo desde nuestra perspectiva que es menester un debate y clarificación del papel de los colegios profesionales en la sociedad actual) sin que existan razones suficientes para tal demora.

Realzar, además, un hecho relevante que afecta a los usuarios de la Psicología terapéutica: la obligatoriedad de los psicólogos de gravarles con el impuesto de valor añadido. Esta es una discriminación por parte del Ministerio de Hacienda hacia una actividad ligada a la salud de la población y que, como tal, y como otras del mismo carácter que se hallan exentas de tal carga, debiera también estarlo.

Destacar, por otra parte, la sensibilidad mostrada por las comunidades autónomas y corporaciones locales a la hora de facilitar la política de intervención en áreas como servicios sociales o salud, al comprender que una realidad social compleja sólo puede abordarse de modo pluridisciplinar.

Desde esta tribuna deseamos recordar al Gobierno el deber de atender las voces de los colectivos, sean o no mayoritarios, que, como el nuestro, tienen exigencias y expectativas que se enmarcan en el terreno de lo justo y lo posible y, desde luego, ajenas a cualquier corporativismo insolidario.

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