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PSYCHOLOGIST PAPERS
  • Director: Serafín Lemos Giráldez
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  • ISSN: 0214 - 7823
  • ISSN Electronic: 1886-1415
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Papeles del Psicólogo, 1997. Vol. (68).




DESPUÉS DE LOS DESASTRES...¿QUÉ?

Luis De Nicolás y Martínez

Representante del Grupo de Trabajo Intervención Psicológica en Desastres, Delegación de Euskadi, Colegio Oficial de Psicólogos. Miembro de la Asociación Europea de Estrés Postraumático.

El presente artículo tiene por objetivo la reflexión sobre la planificación y gestión de los desastres por parte de la comunidad, a la luz de una breve historia de los estudios realizados sobre la catástrofe y sus consecuencias dramáticas en Europa y EEUU, así como la reseña principales problemas que conllevan tal gestión y planificación.

This articule has the aim of thinking about the planning and management of the disasters in the community and describing the main problems that this plannig and management suffers, by taking a brief history of the studies (made in Europe and USA) as an example about disasters and its dramatic consecuences.

Cuando revisaba este artículo, me encontraba ante las noticias de Informe semanal que trataba el tema "Temporal de muerte" sobre las lluvias torrenciales que cayeron sobre Extremadura (Badajoz) y otras zonas de Portugal, con la producción de muertes y víctimas, alrededor de una veintena a treintena de muertos y más de 1500 viviendas arrasadas, a causa del desastre natural acaecido el seis de noviembre del presente año. Una vez más, los desastres se convierten en un reto como ya habíamos escrito en los años 1991,92,94 (De Nicolás et alt.)

Como entonces, me viene a la mente la reflexión de que la salud se convierte en un producto de diferentes factores entre los que se encuentran los ambientales, y como decía Vieki Kalmer (1979) "los riesgos para tener una buena salud se presentan en distintas formas... entre las que están aquéllas que se originan por el ambiente en el que los individuos se encuentran". Es notorio que el bienestar psicológico y la calidad de vida forman parte de la mayor parte de las preocupaciones sobre la salud y que dependen en su mayor o menor grado del ambiente, aunque exista una predisposición genética que explica únicamente algo de la propensión a la susceptibilidad (Greene & Simons-Morton, 1988). Las influencias ambientales sobre la salud incluyen el medio físico y las condiciones socioeconómicas, constituyendo la familia parte importante del medio socioeconómico. A causa de que los riesgos funcionan frecuentemente en concierto para producir una enfermedad en particular, la acción sinergética puede multiplicar el riesgo de manera enorme, y controlar tal riesgo a veces es difícil. Sin embargo, dentro de los programas de bienestar y de estilos de vida que en 1978 definía el informe del "Department of Health, Education & Welfare Task Force on Prevention" (USDHEW) se identificaba el de saber manejar los riesgos. Y así yo me pregunto: ¿qué hacer después de un desastre o catástrofe?. Saber manejar los riesgos que tienen aquellas influencias sobre la salud en las cuales el individuo tiene poco control personal inmediato (macroambiente) es una de las labores de la psicología actual en relación a un presente y un futuro. Desafortunadamente, muchas de las influencias ambientales sobre la salud no están bajo nuestro control directo o inmediato y una de ellas es el impacto de los desastres naturales.

Un poco de historia

Si repasamos brevemente la historia de la Humanidad, veremos que ésta, siempre ha estado expuesta a continuos desastres y catástrofes naturales o provocados por el hombre, los cuales han llegado a cambiar su curso y en que el mismo hombre se ha visto en la necesidad de adaptarse a los rápidos e intensos cambios que suceden de manera incontrolable e inesperada. Ante tales circunstancias, los esfuerzos del hombre comienzan a concentrarse ya no sólo en la prevención y elaboración de mapas de riesgo, sino en la necesidad de investigar cómo la población reacciona ante tales eventos. Y así, comienza a cobrar cierta importancia la investigación sobre las reacciones psicosociales de los individuos sometidos a diversos tipos de desastre.

Desde finales del siglo XIX y durante todo el siglo XX se constatan dos focos relevantes en el estudio de tales temas, el continente europeo y el americano, en especial E.E.U.U..Aún dándose factores comunes, (ej: conflictos bélicos, escapes radioactivos, etc.) que explican el interés por conocer y prevenir los efectos traumáticos de tales acontecimientos entre la población, en el continente europeo se empiezan a desarrollar términos y conceptos como neurosis de guerra o de batalla, fatiga de batalla y agotamiento de combate, traumática, etc. términos propios del período 1887-1939 y la dedicación casi en exclusiva, al estudio de los efectos de la guerra tratando de evaluar las consecuencias psicológicas de diferentes conflictos y elaborar diversos planes de protección para evitar situaciones de pánico entre la población civil. Apenas se publican trabajos relacionados con desastres naturales o industriales. Sin embargo, el diario del siglo XVII de Samuel Pepy nos narra ya "flashbacks" que vivió después del gran incendio de Londres. (Boudewyns,1997).

Durante los años de la postguerra europea (II Guerra Mundial) aparecen las primeras publicaciones que tratan explícitamente los efectos del estrés traumático. Estamos en el período del 45 al 70 y dentro del contexto europeo, es en Gran Bretaña donde se investiga el efecto de diferentes alteraciones orgánicas y lesiones bélicas sobre el bienestar psíquico del individuo en la "fatiga de combate". (Ahrenfeldt, 1958)

Sin embargo, en Noruega se centra la investigación sobre los efectos psicológicos traumáticos en las comunidades psiquiátricas de la postguerra europea reflejando según Weisaeth (1991) el tipo y grado de su implicación durante dicha contienda. Ciudades ocupadas que sufrieron bombardeos masivos, la experiencia de la tortura, las deportaciones masivas a campos de exterminio, la aparición del fenómeno de los refugiados, el adoctrinamiento y el terror político...., todo este variado número de experiencias que daban lugar al estrés postraumático. En los años cincuenta, gracias a la labor pionera del Prof. Eitinger, uno más de entre el 3% de los judíos noruegos que sobrevivieron a Auschwitz y que puede ser considerado como el padre de la psiquiatría noruega sobre el estrés, temas militares y desastres comenzó a publicar sus observaciones y experiencias clínicas como exprisionero de dicho campo de concentración. En 1957, bajo los auspicios de la Asociación Noruega de Incapacitados de Guerra (Krigsinvalideforbundet) se crea el "Grupo de Doctores Noruegos" bajo el liderazgo de los profesores Strom, Eitinger, Lonnum y otros, con el fin de realizar diferentes investigaciones controladas con supervivientes de campos de concentración y en las que demostraron el incremento de la morbilidad y mortalidad general, la sobrecogedora influencia del trauma comparada a la modesta importancia de la personalidad preexistente y las limitadas posibilidades terapéuticas ante el trauma en los años subsiguientes al impacto. Las conclusiones obtenidas por los investigadores noruegos Eitinger (1958) y Strom (1968) respecto a los rasgos sintomáticos definitorios del "Síndrome del Campo de Concentración" mostraron claras similitudes con los identificados en la neurosis de guerra.

En general, en Europa, como fruto de la influencia de los descubrimientos del fisiólogo canadiense Hans Selye se comenzó a estudiar si ciertas circunstancias de índole traumático no estrictamente ligadas a la guerra o a la tortura, como eran los desastres naturales o industriales, podrían llegar a provocar efectos similares. A partir de los años 70 se estudian con mayor intensidad las consecuencias psicosociales de los desastres naturales e industriales, frente a los provocados por las guerras propios de las etapas anteriores, y por otro lado, la frecuente utilización del criterio diagnóstico de Estrés Postraumático como variable evaluable tanto independiente como dependiente. Así, Bennet (1970) estudia los efectos provocados por las pérdidas materiales y personales debidas a las graves avenidas de agua (inundaciones) ocurridas en Bristol, Gran Bretaña. Los resultados revelaron que aproximadamente el 33% de las víctimas desarrollaron algún tipo de síntoma físico y psíquico. En los años 84-89, Lars Weisaeth en Noruega investiga los efectos estresantes de un desastre industrial (incendio en una planta de producción). Las conclusiones de estos estudios contribuyen al estudio riguroso de diversos factores como la distancia y el nivel de experiencia previo que intervienen en diversos tipos de desastres naturales y causados por el hombre y la ayuda psicológica y no sólamente la asistencia física a las víctimas de estrés traumático. (Raphael et al., 1989).

En la actualidad, se observa un cambio apreciable en la manera de acercarse a las víctimas de los desastres, analizando más empíricamente las variables ambientales, sociales, psicológicas y orgánicas, que intervienen y que a la vez se ven afectadas por situaciones muy angustiosas. Existe un gran esfuerzo metodológico en la investigación, llegándose a crear en la década de los 80 una propuesta de acción concertada a nivel europeo denominada EuroActDis cuyo objetivo específico es el de crear un grupo de trabajo formado por expertos que deseen desarrollar un corpus metodológico común para el estudio de las víctimas de los desastres (Artetxe & De Nicolás,1992).

Dentro de este marco, se desarrolló en el País Vasco, una línea de trabajo sobre los efectos psicológicos de la experiencia de diversas situaciones traumáticas como producto de desastres naturales y accidentes de tráfico, siendo un ejemplo el estudio realizado con dos muestras de poblaciones (Bilbao y Laudio) que fueron anegadas por la subida del nivel del río Nervión, como consecuencia de las lluvias torrenciales del 26 y 27 de agosto de 1983 y el trágico accidente en cadena en la autopista Bilbao-Behovia, kilómetro 102, el 6 de diciembre de 1991(De Nicolás et al. 1991; 1992).

En Norteamérica, según Drabek (1986) el primer estudio científico social de desastres fue probablemente la disertación doctoral de Samuel Prince que trataba de un accidente y explosión marina ocurrida en 1917 cerca de Halifax, Nueva Escocia. Y en el año 1943, Adler escribía sobre los efectos a corto plazo del incendio del Cocoanut Grove de Boston en el que fallecieron quinientas personas. Y es ya en esta época cuando se empieza a hablar de los síntomas de ansiedad, depresión, problemas de sueño, pesadillas, sentimientos de culpa y problemas en el control de la ira y que posteriormente, en la década de los ochenta, se denominará Síndrome de Estrés Postraumático (Grinker y Spiegel, 1945).

En E.E.U.U., el National Opinion Research Center de la Universidad de Chicago empieza a realizar, entre 1950 y 1954, investigaciones sociológicas a gran escala sobre crisis comunitarias y el comportamiento individual y de grupo en numerosas emergencias naturales y tecnológicas. Igualmente, el Grupo de Investigación sobre Desastres de la National Academy of Sciences y del National Research Council. Este grupo de investigación realiza tres niveles de análisis:

(a) Comportamiento de masas en situaciones de emergencia,

(b) Percepciones individuales y acciones en crisis y

(c) Respuesta organizativa.

La sociología nos dará ya la clásica definición de desastre como acontecimiento peligroso que provoca una grave alteración de todos los sistemas estructurales que integran la sociedad, tanto a nivel biológico, como de orden material. Fritz (1961). Sin embargo, el primer intento sistemático de estudiar las reacciones al impacto de un desastre lo realizó Tyhurst (1957) en Canadá., según la opinión del noruego L. Weisaeth (1989a, 1989b) porque Tyhurst basó sus generalizaciones en los estudios de campo realizados en diferentes áreas como la de bloques de apartamentos que habían sufrido incendios, el incendio de un barco y diversas inundaciones. El método empleado fue de tipo prospectivo y longitudinal que es el que más se sigue, siendo el objeto de estudio "describir las reacciones comportamentales durante el impacto, la distribución de las frecuencias de respuesta y su intensidad". Más tarde, Dillon & Leopold (1963) analizan durante cuatro años los efectos a largo plazo de una explosión marítima. A partir de los años 70, se empieza a estudiar de una manera sistemática las circunstancias traumáticas correspondientes a los desastres naturales y las consecuencias de la guerra de Vietnam en tiempos de paz. Así se empieza a hablar del modelo del "estrés residual" en el que las posibles influencias de factores tales como personalidad vulnerable, factores familiares, ... son minimizadas mientras que se considera como factor crítico "el grado de exposición" al trauma. Esta misma variable será posteriormente evaluada en el estudio de otros tipos de acontecimientos, como desastres naturales (ej: ruptura de la presa de Buffalo Creek) o industriales (ej: escape radioactivo de la central nuclear de la Isla de las Tres Millas).

Síndrome de Estrés Postraumático

Se plantea cómo discriminar y evaluar el después del desastre como Síndrome de Estrés postraumático, y así, Malloy, Fairbank y Keane (1983) comprobaron que una combinación de tests psicométricos, entre los que se incluían el MMPI, el STAI y las Escalas de Depresión de Zung y Beck, además de un Inventario de Miedos, podía discriminar al 83% de los sujetos que padecían tal síndrome frente a los grupos mejor adaptados.

Los estudios llevados a cabo con veteranos de Vietnam permitieron un conocimiento más profundo, en todos los niveles (experimental, métrico y social), de los mecanismos, síntomas y reacciones que conformaban el Síndrome de Estrés Postraumático. (Blake et al.1992). El avance en su conocimiento permitió su inclusión como categoría diagnóstica primero en 1980 y finalmente en 1987, cuando el Manual de la Asociación Norteamericana de Psiquiatría (A. P. A), el DSM-III-R, lo acepta como denominación gnosológica. Y el DSM IV lo define revisado.

Se inicia una amplia investigación con estudios relacionados con "desastres no bélicos", centrándose en el análisis de los componentes estimulares de los desastres y las reacciones (Baum et al. 1983; Berren 1986; 1989; Artetxe & De Nicolás,1992).

El Síndrome de Estrés Postraumático es sin duda la reacción psicofisiológica más frecuentemente estudiada por los investigadores norteamericanos durante el período 1970-1990. Sin embargo, éste es un síntoma más de los efectos a corto y largo plazo de los desastres.

Entre los estudios que durante la década de los setenta estudiaron los efectos agudos de los desastres destacan los de Penick, Powell y Sieck (1976) quienes estudian a un grupo de veinticuatro víctimas de un tornado en Missouri.

El tema del grado del impacto emocional producido por los desastres sigue siendo polémico en la actualidad ya que no existe coincidencia entre los diferentes estudios. Parecería por tanto que esta variable es profundamente dependiente de las características peculiares de cada desastre y de factores como el afrontamiento de situaciones similares en el pasado y de variables mediadoras, ya sean psicofisiológicas, psiconeuroendocrinas o cognitivas. Poco después del accidente nuclear de la Isla de las Tres Millas (Middletown, Pensilvania, 1979) diversos grupos de investigadores, Bromet (1980), Mileti et al. (1982), Dohrenwend (1983) y Baum (1983, 1987), comenzaron a analizar las repercusiones psicológicas sobre la población. Este último autor, evaluó toda una serie de indicadores comportamentales, psicológicos y bioquímicos.

Otro de los desastres norteamericanos más estudiados fue el desbordamiento de la presa en Buffalo Creek (Virginia, 1976). A pesar de que en este desastre hubo una previsión de él, el trauma no disminuyó con el final del desbordamiento sino que más bien continuó y tuvo consecuencias acumulativas, según Rangel (1976). Tal opinión coincide con los estudios realizados también por Gleser et al. (1981) y con los resultados obtenidos por Titchener y Kapp (1976).

Es de destacar que Gleser al estudiar el desastre de Buffalo Creek, intenta elaborar un modelo teórico para la investigación de los desastres, basado en la creencia de que cualquier teoría sobre las consecuencias de un desastre sobre la salud mental de las víctimas debe tomar en consideración seis dimensiones (grado de amenaza, grado de pérdidas sufridas, sufrimiento prolongado, afrontamiento de cambios en el estilo de vida, proporción de comunidad afectada y causas del desastre) a lo largo de las cuales los desastres pueden diferir en cuanto al grado de impacto y prevalencia de psicopatología entre las víctimas.

Sobre el concepto de desastre

Son muchas las definiciones y conceptualizaciones que se han hecho sobre el concepto de desastre que va desde su origen etimológico griego hasta amplias conceptualizaciones como las realizadas por Keller & Willson (1990) y Raphael (1986). Y es necesario que se discuta formalmente las características propias de estos sucesos porque hay tres aspectos muy importantes en el hecho de declarar un suceso como de 'desastre' como es la cantidad de ayuda a ofrecer; el peso emocional, político y económico que influirá en las propias víctimas y en el público en general; y el más importante, la pura magnitud de un desastre, en contraste con otros sucesos serios y traumáticos, que crea unas necesidades que dejan atrás los recursos disponibles.(Weisaeth, 1992).

Dentro de la magnitud del desastre se destaca como principal variable la severidad de estos sucesos que exceden la capacidad de afrontamiento de la comunidad afectada; así como la capacidad de ajuste y de recursos psicosociales y psicológicos de una comunidad, llegando a enfatizar la presencia de un estrés colectivo masivo (Kinston y Rosser, 1974) de las grandes catástrofes, como el desastre personal' en aquellas víctimas de severos traumas particulares (Raphael, 1986).

Después del desastre

Todo esto nos hace pensar ya en el después del desastre. Para ello creo que es necesario redimensionar los roles de los grupos de personas afectadas o implicadas en un desastre y que está constituido por: evacuados, familiares afectados, supervivientes con o sin lesiones físicas, otras personas presentes en el lugar, personal de salud y rescate, aquellos encargados de manejar los cuerpos y las personas con un papel de liderazgo en ese momento (Artetxe y De Nicolás, 1992) que resumiendo se puede clasificar en el rol de víctima y en el del personal de ayuda o rescate. Siguiendo a Taylor (1989) hay que tener en cuenta que se dan víctimas potenciales, además de las víctimas primarias (aquellas directamente expuestas en gran medida al desastre con grave riesgo para la vida, integridad física y pérdidas materiales importantes), y las secundarias (aquellas que están familiar o afectivamente unidas a las víctimas primarias y que han manifestado ellas mismos reacciones de culpa y dolor severo). Respecto al personal de ayuda que inicialmente procede de la comunidad afectada, también puede proceder de áreas circundantes a la comunidad. En general, son vistos como fuertes, potentes y con capacidad de resolución y de asistencia en los niveles de control y dirección del rescate, tareas médicas, información y comunicación, y servicios de apoyo a los afectados y a sus familiares. Pero, en la práctica estos estereotipos no siempre son tan claramente diferenciados; Kliman (1976) a partir de un estudio sobre inundaciones habla del personal de ayuda como las "víctimas ocultas" del desastre.

En la misma línea estudios posteriores se centra en el estrés experimentado por estas personas y la necesidad de poder disponer de apoyo psicológico y servicios preventivos no sólo para las víctimas sino también para los servicios de ayuda y apoyo.(Raphael et al. 1986; De Nicolás et alt.). Por otro lado, desde la perspectiva de los que trabajan en prevención y planes de acción sobre los desastres, y que entienden por desastre todo suceso de magnitud y severidad tal que no pueden ser manejados por los procedimientos de rutina y recursos habituales, llegan a distinguir diferentes niveles como los propuestos por Auf der Heide (1989) :

I. Aquellos en los que son suficientes los recursos médicos y de asistencia locales.

II. Los que requieren, bien por falta de servicios locales o bien por excesiva magnitud de sucesos, el apoyo de los servicios multi-jurisdiccionales (regionales).

III. Emergencias masivas que exigen el apoyo suplementario de servicios estatales y/o federales.

Estas diferencias nos hacen pensar en la variabilidad de los recursos, estructura y patrones funcionales de la comunidad a tener en cuenta dado que los desastres difieren en tipo y grado, y entonces también, las variables en juego difieren en grado y tipo de impacto, hasta el punto de que para cualquier individuo la gravedad por él percibida no está necesariamente ni directamente asociada co el tamaño real o magnitud del desastre ni con la gravedad socialmente evaluada o con el número de personas afectadas. Y además, la naturaleza de la comunidad que es castigada por el desastre puede influir mucho en lo que suceda en los momentos de alarma, impacto y estadíos posteriores. (Raphael, 1986).

Es a partir de aquí donde no debemos perder de vista un acercamiento ecológico-simbólico que nos invite a examinar las decisiones geopolíticas en sus interrelaciones con los sucesos y las interacciones subsiguientes de los ambientes alterados con la población y sus sistemas socioculturales (Kroll-Smith & Couch, 1991) así como la ayuda social e incluso psicológica a prestar en el síndrome de estrés post-traumático.

Un desastre grande puede tener implicaciones, no tanto por las consecuencias emocionales en algunas de sus víctimas primarias, secundarias o sistema, sino por el efecto acumulativo negativo que tiene sobre el mismo sistema. Ya que, el efecto que un gran desastre tiene sobre varios de los sistemas sociales (por ejemplo: servicios de salud, bienestar social, acomodación de viviendas) puede aumentar el número de víctimas secundarias y exacerbar los problemas ya enfrentados por las víctimas primarias. Ya Baum (1987) hizo un resúmen de las carateristicas de los desastres teniendo en cuenta las variables citadas anteriormente. En la actualidad, es conveniente tener una visión holista y ecológica del medio ambiente que no entiende los desastres fuera de la actividad desarrollada por el hombre (deforestación, erosión del suelo, pruebas nucleares, modificación del trazado de lechos fluviales, emanaciones tóxicas, fugas radioactivas ...). El término desastre no se puede limitar a situaciones de catástrofes naturales que afectan sólamente a grandes grupos o comunidades, sino que refiriéndose a cualquier situación de crisis provocada tanto por razones naturales o climáticas (terremotos, tornados, ciclones, lluvias torrenciales, etc.) como por intervención directa o indirecta (negligencia u omisión) del hombre (escapes tóxicos, accidentes nucleares, incendios, accidentes aéreos, etc. ) tanto como que también puedan afectar a pequeñas comunidades, a unas pocas familias o incluso a individuos aislados.

Las respuestas durante la fase del impacto pueden afectar profundamente el tipo y la intensidad de las reacciones de estrés postraumático, concepto éste de plena actualidad (APA, 1989; Breslau, 1990; Rhapael, Lundin & Weisaeth, 1989;Weisaeth, 1989; 1991; 1992), constantemente revisado y reflejado en cantidad de estudios y congresos sobre el efecto de la tortura, de accidentes industriales, petrolíferos y nucleares (Malt & Weisaeth, 1989; Ersland, Weisaeth & Sund, 1989); sobre el cuerpo de bomberos (Hytten & Hasle, 1989), violaciones, (Dahl, 1989), e investigaciones sobre cómo se afrontan los estresores que afectan a una comunidad (Bachrach & Zautra, 1985). Todos estos estudios han contribuido a investigar la relación entre el apoyo social, el apoyo psicológico y los sucesos estresantes y la enfermedad dado que el apoyo social mantiene a la persona saludable en época de estrés (Cassell, 1976; Cobb, 1976). Para algunos investigadores el apoyo social es, técnicamente, un amortiguador o un bien general que sirve incluso para situaciones de bajo nivel de estrés. Sin embargo, el apoyo social no siempre es incondicionalmente positivo: quizá el individuo asume la pasividad, no quedando lugar para el ejercicio individual de control, sentimiento personal de compromiso y un propósito autónomo de reto, como Resistencia al Estrés. (Kobassa,1982) .

Estamos muy habituados a leer consejos y recomendaciones dirigidas a la población formada tanto como grupos y como por individuos, pero es necesario enfocar el después desde la intervención clínica y psicosocial en la comunidad y por la comunidad. Ningún grupo, comunidad u organización ha estado preparada para un desastre, en términos de todos sus implicados. Algunas organizaciones, tales como los servicios de emergencia, pueden tener experiencia en ciertos aspectos de la respuesta a desastres, pero a menudo ésto supone sólo una pequeña parte de su trabajo e incluso ellos pueden no estar preparados para la magnitud de lo que van a encarar tanto personal como organizacionalmente. Para ello habrá que tener en cuenta que el estado de preparación es pobre porque los desastres son sucesos catalogados de "baja probabilidad". Entonces, llevan asociado un grado importante de apatía presente tanto en los cuerpos gubernamentales como en el público en general. (Auf der Heide, 1989). Esto es necesario reconocerlo para comprender su posible influencia, para analizar cómo puede ser evitado y para desarrollar una apreciación realista de las limitaciones que impone. Para el público en general es necesario remover la apatía precisamente porque la percepción de los riesgos de un desastre es pobre y entonces, normalmente no demanda ni la más rudimentaria protección produciéndose la ausencia de concienciación. La baja estimación del riesgo hace que se tienda a infravalorar el riesgo de desastre y las presiones sociales en algunas áreas de riesgo consideran que el burlarse de la amenaza de un desastre sea un signo de bravura y de fuerte carácter. Al mismo tiempo, por una parte la confianza en la tecnología permite a veces un falso sentimiento de seguridad que proviene de los aparatos protectores construidos por el hombre, y por otra las creencias opuestas a la tecnología de tipo"lo que tenga que suceder sucederá" o bien " ésto no puede suceder aquí" suelen llevar al fatalismo y/o la negación.

La apatía también se da en los diferentes niveles de organización (Hodgkinson & Stewart, 1991) bien sean establecidas o en expansión o extensibles o emergentes y de gobierno por la oposición de grupos de interés especial, falta de distritos organizados, derrotismo (Drabek, 1986), competición de otras prioridades ante los sucesos catalogados de "baja probabilidad", las dificultades para mantener los beneficios de una preparación técnica, la sobreestimación de competencia y de eficacia y la responsabilidad ambigüa.

Después de estas reflexiones, concluyo en la esperanza de que pueden contribuir al inicio de programas difíciles de mantener si no son demandados por los mismos ciudadanos sensibles a estos temas como hemos conseguido realizarlo con mi equipo de trabajo y del cual he tomado pié para realizar este artículo. Tenemos que tener en cuenta que en el después acontece a menudo que aun cuando se admitan los objetivos de la planificación, y de la gestión del desastre en cuanto a la planificación, no siempre están disponibles los recursos necesarios para conseguir los objetivos de mitigación, preparación, respuesta y recuperación psicosocial. Que esto no suceda porque ciertamente estemos en vigilancia constante.

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