Papeles del Psicólogo es una revista científico-profesional, cuyo objetivo es publicar revisiones, meta-análisis, soluciones, descubrimientos, guías, experiencias y métodos de utilidad para abordar problemas y cuestiones que surgen en la práctica profesional de cualquier área de la Psicología. Se ofrece también como foro para contrastar opiniones y fomentar el debate sobre enfoques o cuestiones que suscitan controversia.
Papeles del Psicólogo, 1998. Vol. (70).
Carlos Rodríguez Sutil
Facultad de Psicología. Universidad Complutense de Madrid. Centro Integrado de Salud del Distrito de Retiro, del Ayuntamiento de Madrid.
Una afirmación generalmente conocida es la de que la psicología es una ciencia multiparadigmática (o multiprogramática). Pero sus implicaciones para las diferentes áreas aplicadas es un asunto todavía no suficientemente desarrollado. En este artículo consideramos algunas de esas consecuencias, en especial para la psicología clínica, derivadas la oposición entre la psicología académica y la profesional. Se propone la recuperación del caso clínico como fuente principal en la búsqueda de información y en la construcción de teorías.
That psychology is a multiparadigmatic science (or multiprogramatic) is a very known proposition. But the question of its implications for the different applied fields is a theme not yet developed enough. In this paper we consider some of that consequences, especially for clinical psychology, that arise from the opposition between academic and professional psychology. We propose the recovery of the case study as the main source in the search for information and theory construction.
Los alumnos que cursan estudios universitarios tienen como objetivo prioritario alcanzar un desarrollo profesional posterior que, como se ha señalado desde la formulación del denominado "modelo Boulder" en Norteamérica (Raimy, 1950), centrado en la formación del psicólogo clínico, no es en absoluto contradictorio con su formación teórica e investigadora. El modelo científico-profesional (scientist-practitioner) aplicado a la formación es un modelo integrador de ciencia y práctica que afirma un continuo movimiento bidireccional entre ambos polos. Los psicólogos deben integrar una orientación investigadora en su práctica y, paralelamente, la investigación debe poseer una relevancia práctica. Aunque tampoco debemos olvidar que éste es un deseo por el que debemos luchar, más que una realidad establecida. Vamos analizar a continuación algunas de las razones de este fracaso, cuando menos, parcial.
R.B. Cattell (1965) reconocía la existencia de tres métodos: el clínico, el bivariado o univariado y el multivariado. Sin embargo, los dos métodos que a menudo se han proclamado como exclusivos de la psicología científica, sobre todo desde los trabajos de Cronbach (1957, 1970), son el experimental (correspondiente con el bivariado o univariado) y el correlacional (correspondiente con el multivariado), argumentando en contra de otras vías para la obtención de conocimientos que merezcan el calificativo de científicos. Por nuestra parte, argumentamos en favor del método clínico, pues, por varias razones, la psicología rigurosamente empírica aún no ha podido sustituir la obtención de datos por esa vía (véase Avia, 1995). Por otra parte, de los enfoques enumerados, el clínico es el que mantiene un contacto más directo con la práctica y permite comprobar la utilidad real de los descubrimientos obtenidos mediante los otros dos. El estudio minucioso de casos individuales ha sido la metodología preponderante utilizada por prestigiosos investigadores en diversos campos de la psicología (no sólo en la clínica). El método clínico, tal como es utilizado por Piaget (1977, 1979) es en realidad una combinación de observación y experimentación, en condiciones muy cercanas a las naturales, donde el investigador plantea una serie de tareas o cuestiones al niño y éste responde de manera libre, de forma semejante a las entrevistas semiestructuradas que realizan los clínicos.
Luria (1973), por su parte, habla de una especie de "ciencia romántica" al referirse a sus estudios en profundidad de dos casos clínicos, pero su aproximación neuropsicológica habitual, clínica, ha sido también la del examen minucioso y detallado de cada caso. Sin embargo, el método clínico que parece haber aportado resultados sólidos en el estudio de las funciones cognitivas, no ha proporcionado el mismo producto en el área de la Personalidad. Las razones de esta situación pueden ser diversas. Según De Waele (1986) este tipo de investigaciones, que de hecho pertenecen a lo que él denomina "psicología individual" - y comprende autores como Adler, Allport o Murray- ha recibido otros nombres: estudio de casos, personología, enfoque de historias vitales; lo que ha impedido la delimitación clara de un dominio de investigación.
Una razón fundamental de este estado de cosas ha sido, probablemente, el dominio casi exclusivo del análisis de casos por parte de la teoría psicoanalítica, una forma de explicación atractiva, pero que a menudo produce en sus seguidores una aceptación plena y acrítica de sus principios, forzando la interpretación de los datos, en su origen, con un sesgo predeterminado, como ya hemos señalado en alguna ocasión (Rodríguez Sutil, 1989, 1993, 1996). No sugerimos, desde luego, que los datos crudos puedan ser interpretados – ni siquiera ‘vistos’ – sin alguna forma de "contaminación" teórica, pero sí afirmamos, con Plummer (1995) que existen diferentes niveles de contaminación. Ahora bien, aunque aceptemos la interpretación de que si el psicoanálisis puede ser utilizado para entender los fenómenos culturales, es porque el propio psicoanálisis ya estructura estos fenómenos, como recientemente recuerda Marino Pérez (1998), eso no impide que, en su origen, también la teoría psicoanalítica haya permitido detectar los mitos culturales implícitos en el funcionamiento inconsciente, cultural e individual. Si las interpretaciones psicoanalíticas son fruto exclusivo del cerebro del psicoanalista, cualquier otra teoría que se coloque en el mismo nivel podrá ser objeto de las mismas críticas. Se trata, obviamente, de una pescadilla que se muerde la cola, y ante la cual la única salida posible es la de establecer interpretaciones alternativas, manteniendo el sentido crítico y volviendo de nuevo a las fuentes, es decir, al caso clínico, distinguiendo con sumo cuidado los grados de contaminación teórica. Los mitos juegan un papel fundamental en nuestra economía psicológica y sociológica y nunca serán reductibles al análisis positivista.
La mayoría de las exposiciones metodológicas en Psicología comienzan realizando unas caracterizaciones más o menos amplias sobre el método científico. Es inevitable recurrir a la distinción diltheyana entre el método científico de las ciencias naturales (Naturwissenschaften) y el de las ciencias del espíritu o de la cultura (Geisteswissenschaften), en la filosofía alemana del siglo XIX. Distinción que Wundt aplicaba a la Psicología cuando diferenciaba dos métodos, para la Psicología Experimental (Experimentalpsychologie) y para la Psicología de los Pueblos (la Völkerpsychologie). De los dos enfoques ha sido el de las ciencias naturales el que ha dominado la psicología durante este siglo, aunque últimamente se están planteando alternativas desde perspectivas hermenéuticas y constructivistas (véase el interesante texto introductorio sobre aspectos teóricos de la psicología actual de Bem y Looren de Jong, 1997). Van Langenhove (1995, p.11) sugiere que la psicología sólo se puede convertir en una ciencia bien establecida, desde el punto de vista epistemológico, si se adopta el modelo hermenéutico, es decir, la interpretación de los comportamientos por su significado en el contexto social. La postura de Wundt resulta, quizá, más equilibrada en cuanto da a entender la variedad de campos que se abren a la investigación psicológica y cómo requieren aproximaciones metodológicas diferentes. La propuesta constructivista (véase Hampson, 1993), por su parte, muestra cómo cada método parece captar parte de la realidad, e intenta una aproximación integradora. Siguiendo estos argumentos, proponemos el regreso al caso clínico como fuente primaria de elaboración del conocimiento en psicología, lugar donde se dan cita y se pueden concretar las otras formas de hacer ciencia. El rechazo del caso clínico y de la metodología aplicada como disciplina científica ha propiciado el cisma que sufre en la actualidad nuestra profesión.
Una afirmación casi universalmente aceptada es la de que la psicología es una ciencia "multiparadigmática" o "multiprogramática". Entendemos que esta naturaleza multiparadigmática, al menos en parte, se debe a la división existente entre la investigación científica y la práctica profesional.
Como recientemente ha señalado George Stricker (1997; Stricker y Trierweiler, 1995), el profesional suele estar interesado en aquel conocimiento que puede ser aplicado en la atención al público, mientras que la investigación académica reclama una búsqueda libre, con un mínimo de requisitos. Así los científicos y los profesionales pertenecen a diferentes organizaciones, acuden a reuniones diferentes y leen revistas diferentes, con lo que ambos ‘paradigmas’, afirma Stricker, se vuelven inconmensurables. Eso es algo que tanto en nuestra práctica profesional como en la enseñanza académica debemos evitar.
La conexión entre la investigación científica y la práctica en psicología es una área de múltiples disputas (véase Manicas y Secord, 1983; Stricker y Cummings, 1992). Esta relación problemática era ya evidente en el antiguo debate entre la predicción clínica y la estadística, defendida ésta última por Paul Meehl (1954). Stricker (1997) destaca que podemos sustituir, en la siguiente acotación tomada de Meehl, las palabras método estadístico por científico y método clínico por profesional, para observar dicho paralelismo:
A menudo se dice que el método estadístico es operacional, comunicable, verificable, público, objetivo, fiable, comportamental, comprobable, riguroso, científico, preciso, cuidadoso, veraz, experimental, cuantitativo, pegado a la tierra, realista, empírico, matemático y correcto. A aquellos que les desagrada el método lo consideran mecánico, atomístico, aditivo, cortante y seco (cut and dried), artificial, irreal, arbitrario, incompleto, muerto, pedante, fraccionario, trivial, forzado, estático, superficial, rígido, estéril, académico, simplista, pseudocientífico y ciego. El método clínico, por otra parte, es calificado por sus defensores como dinámico, global, significativo, holista, sutil, empático (sympathetic), configuracional, estructurado, organizado, rico, profundo, genuino, sensitivo, sofisticado, real, vivo, concreto, natural, acorde con la vida y comprensivo. Los críticos del método clínico es posible que lo consideren místico, trascendente, metafísico, trans-mundano, vago, borroso, subjetivo, acientífico, no fiable, crudo, privado, inverificable, cualitativo, primitivo, precientífico, descuidado, no controlado, verbalístico, intuitivo y atolondrado. (Meehl, 1954, p.4)
Después de una atenta inspección de este argumento descubrimos la reminiscencia todavía presente de la distinción decimonónica entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu. ¿Existe dicha diferencia entre la metodología de las ciencias naturales y la de las ciencias sociales o humanas? Si observamos los diferentes métodos utilizados en psicología, tenemos que aceptar la existencia de múltiples diferencias, pero afirmamos que no es una distinción radical o esencial. Como han señalado muchos filósofos de la ciencia en los últimos años, la relatividad impregna a todas las ciencias, incluyendo la física (véase Bolton y Hill, 1996, cap.3). Y la relatividad es mayor en el campo de la práctica profesional. Kanfer (1990) expone cómo los científicos y los profesionales se diferencian en su forma de concebir la realidad y de resolver los problemas, dejando poco espacio para la comunicación entre ellos.
Este estado de cosas lleva a que el profesional ocupe un lugar intermedio entre el científico y el "psicólogo" lego, utilizando una jerga semi-especializada que rápidamente llega al gran público y puede ser utilizada por sujetos con cierta cultura, así como por otros profesionales cercanos: abogados, economistas, trabajadores sociales, médicos, etc., campo abonado para el intrusismo. El lugar ambiguo a que se ve abocado con frecuencia el psicólogo profesional proviene de una definición incompleta de su disciplina, aislada entre la práctica (tachada de a-científica) y la investigación ortodoxa pero estéril. La solución de este conflicto no pasa por una definición más estricta y positivista de la psicología, pues otras profesiones (economista, abogado, médico) se hallan perfectamente establecidas sin ese requisito. Lo que necesitamos, a nuestro entender, es una mayor profesionalización de los estudios académicos que haga real la bidireccionalidad ciencia-práctica. Una muestra del cisma que señalamos es la permanente amenaza que sufre nuestra profesión, desde medios académicos, con la creación de nuevas especialidades cuyo único beneficio se concreta en el incremento docente de los Departamentos universitarios.
Como señalábamos en un trabajo anterior (Rodríguez Sutil, 1995), los profesionales consideran tanto en España como en muchos otros países, que la formación universitaria está muy alejada de la práctica. En Estados Unidos, por ejemplo, esto ha dado lugar al surgimiento del doctorado profesional (PsyD) frente al doctorado académico (PhD) (Rice, 1997). En nuestro país el empleo ha crecido de manera apreciable en los últimos veinte años aunque, desgraciadamente, nunca a la misma velocidad que la proporción de nuevos licenciados. Las nuevas demandas de la sociedad han estimulado una fuerte presencia de la psicología en áreas especiales, donde los conocimientos básicos todavía no se habían desarrollado, y los psicólogos profesionales tuvimos que dar una rápida respuesta. Algunas áreas, incluso, han sido introducidas prácticamente como iniciativa del desarrollo profesional, más que como producto de la formación universitaria. Podemos poner como ejemplo la intervención en servicios sociales, la psicología comunitaria, seguridad vial, psicología forense, militar, etc.
Si nos centramos en el campo de la psicología clínica podemos afirmar de forma clara la existencia de dicha división entre la formación académica y la práctica profesional. Existen varias escuelas de pensamiento en la clínica y sólo algunas de ellas asumen integrar los principios científicos (académicos) en la explicación de la conducta, especialmente aquellas orientaciones que se inspiran en las teorías del aprendizaje (conductuales) o en otras corrientes experimentales (cognitivas). No obstante, opinamos que aquellos profesionales que reclaman para sí el seguimiento de un respetable método científico obtienen la mayor parte de su conocimiento real de la práctica clínica, fuera del riguroso control del laboratorio. Esto no debe ser tomado como una crítica. El estudio de casos no controlados, comenta Kazdin (1981), es una herramienta de investigación ampliamente disponible cuyas limitaciones metodológicas, ventajas y alternativas deben ser elaboradas. Consideramos que una interesante elaboración metodológica de los casos no controlados es la inducción analítica que proponen Smith, Harré y Van Langenhove (1995, p.67) siguiendo los pasos que a continuación se enumeran:
1- Proponer una explicación hipotética tentativa para el fenómeno bajo investigación.
2- Tomar el primer caso y determinar en qué medida la hipótesis provisional puede confirmarse para este caso. Revisar la hipótesis para adaptarla al caso.
3- Pasar al segundo caso y evaluar la adecuación de la hipótesis revisada a la luz de este segundo caso. Modificar la hipótesis de acuerdo con los resultados.
4- Este procedimiento puede ser continuado a través de una serie de casos y entonces la hipótesis final resultante tendría un poder explicativo mucho mayor.
Este esquema es el que, de forma más o menos explícita, siguen probablemente la mayoría de los psicólogos profesionales, en las diferentes áreas aplicadas. El paso más conflictivo, por lo ya dicho, es seguramente el que aparece en segundo lugar, cuando la tendencia casi natural de todo investigador no es modificar la hipótesis para adaptarla al caso, sino a la inversa. Los autores de este modelo muestran su extrañeza de que entre todas las ciencias sólo la Psicología haya adoptado un método extensivo. Los químicos no estudian un número exagerado de casos antes de anunciar las cualidades de un metal, y lo mismo puede decirse de los anatomistas. La inducción analítica es un procedimiento iterativo que, para una mejor contrastación, debe completarse con la búsqueda de casos desconfirmatorios. Al final, la hipótesis debería ser cierta en todos los casos, pero esto no parece probable o, incluso, deseable, pues entonces lo más seguro es que estaríamos manejando una explicación metafísica y no tanto una hipótesis científica.
Lawrence Pervin (1985) comentaba preocupado que algo no va bien en la investigación sobre Psicología de la Personalidad, cuando él aprende más de sus propios pacientes que de lo que lee e investiga. A esto responde Avia (1995, p.483) que no se puede pretender que la ciencia sea el único método para conocer a las personas. Estamos de acuerdo con esta autora en que la observación de pacientes en la clínica es una fuente importante de conocimientos, pero nos parece que la utilización de un concepto restringido de ciencia, negándosele tal atributo a los conocimientos adquiridos por las vías que acabamos de describir, es algo excesiva, que contribuye a mantener el abismo que en la actualidad separa la construcción teórica académica de la práctica profesional.
Los dos paradigmas principales que Stricker (1997) identifica para los años cincuenta eran el conductual y el psicodinámico. El paradigma psicodinámico era el dominador en los medios clínicos, mientras que el conductual dominaba la investigación y ambos estaban en conflicto. En la actualidad el enfoque cognitivo-conductual domina la formación y cada vez es más prevaleciente en la práctica, en muchos países. Se trata de las dos escuelas predominantes dentro de las dos líneas que Marino Pérez (1998) identifica como "psicología vienesa" y "psicología californiana". Pero, al mismo tiempo, el enfoque psicodinámico ha comenzado a desarrollar una base de investigación empírica importante (véase Luborsky and Crits-Cristoph, 1990, Wachtel, 1997). En los últimos decenios hemos asistido a un proceso semejante en el campo más restringido de la evaluación psicológica. Autores como Weiner (1972, 1983) o Exner (1978) asumen que las técnicas proyectivas son tareas de resolución de problemas y que las respuestas de los pacientes pueden ser interpretadas de forma representativa, como muestras de conducta, en lugar de en una forma simbólica, como signos. Por otra parte, cada vez destaca más el intento por proporcionar un enfoque integrador de las diferentes psicoterapias que permita cumplir con un objetivo tan, en apariencia, simple, como es suministrar a cada paciente aquel tratamiento psicológico que sea más adecuado a sus dificultades y condiciones personales (véase Lazarus, 1995; Ortiz Zabala, 1990; Ryle, 1995, Wachtel, 1997). Existe incluso una revista que lleva por título Journal of Psychotherapy Integration.
Necesitamos un movimiento de unificación en la Psicología de la Personalidad, y en otras disciplinas afines, que permita lograr un cuerpo común y general de conocimientos, en una forma similar a otras ciencias aplicadas - como la medicina, por ejemplo - mediante la integración de diferentes fuentes de información: experimental, correlacional y clínica. A buen seguro, tampoco debemos ignorar otras ciencias humanas como la sociología, la antropología, la historia y, por qué no, la literatura. Para conseguir dicho objetivo, una de las condiciones imprescindibles es que se acepte la bidireccionalidad práctica-ciencia, que afirmaba el modelo Boulder, pero aceptando la práctica como fuente legítima en la obtención de conocimientos, es decir, debemos recuperar el método clínico como camino adecuado en la indagación sobre el comportamiento humano. Como se afirma en el artículo de Manicas y Secord (1983, p.399):
"Al igual que la aplicación de la física requiere la ingeniería tecnológica, explicar la conducta de individuos particulares requiere no sólo la teoría psicológica, sino también una información situacional, biográfica e histórica".
Marino Pérez (1998) sugiere, ante la necesidad de replantear el papel del psicólogo clínico en la dimensión que va de lo científico-práctico a lo práctico-profesional, su preferencia, aunque con reparos, por el primero de ambos polos. Poco después plantea una pregunta importante "¿por qué los psicólogos clínicos son tan remisos en adoptar tratamientos empíricamente validados?" (p. 36). Aquí manifestamos nuestra preferencia por el segundo polo, también con reparos, pero advirtiendo que en la definición de modelos formativos y, por tanto, de la ciencia psicológica, se ha partido de un concepto de ciencia en exceso positivista, negando tal aura de bondad a los conocimientos extraídos de la práctica diaria. No es nuestro objetivo aquí entrar en discusiones sobre efectividad y eficacia de las psicoterapias, pero sí debemos apuntar que nuestros argumentos no sólo pretenden defender el estatuto de teorías como la psicoanalítica, sino, en general, de todas la práctica profesional. Cuando se intenta validar la eficacia de diferentes métodos en psicoterapia la primera cuestión que debemos plantearnos es el objetivo perseguido por cada uno. Así advierte Aaron Beck (Beck, Freeman y cols, 1995) en su magnífico manual sobre el tratamiento cognitivo de los trastornos de la personalidad, que cuando intentamos modificar los síntomas la terapia, en principio, suele ser más breve, concreta y objetivable así como su evolución y resultados, que cuando lo que se pretende modificar son esas pautas complejas de comportamiento que integran la personalidad. Si nos planteamos atender a una persona que padece una fobia, posiblemente el método de elección sea una terapia de conducta, si lo que intentamos es modificar una personalidad fóbica (evitativa), el método de elección deberá ser una psicoterapia a más largo plazo, cognitiva o dinámica. Finalmente, los psicólogos clínicos son tan remisos en adoptar tratamientos empíricamente validados porque su indagación profesional y científica les ha llevado a resultados objetivos que difícilmente serían aceptables desde los estrechos márgenes de los estándares científicos al uso.
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